REPORTAJE PUBLICADO EL 25 DE JULIO DE 2018.
Cuando hace un siglo la tuberculosis causaba un enorme daño entre la población, las autoridades sólo ponían como solución a los que la sufrían lugares alejados y con aire puro para evitar posibles contagios.
Uno de tantos edificios que alojaron a dichos enfermos fue éste, construido a finales de 1913 pero por problemas políticos no se abrió hasta 1935. El edificio consta de sótano y tres plantas. Posteriormente, se fue ampliando: casa para el conserje, cocheras, depósito de cadáveres…
Fue sanatorio hasta 1962, pero también era utilizado como hospital para los vecinos de la zona. Llegó a contar con doscientas camas y cincuenta trabajadores. Tras 27 años como sanatorio antituberculoso, las cosas cambiaron. Con el descubrimiento en 1949 de la estreptomicina, bajó considerablemente la ocupación del hospital, que terminó causando su cierre en 1962. Un año después se reabrió para acoger a huérfanos y necesitados de toda la región. Así permaneció algunos años hasta que volvió a cerrarse.
Después de mucho tiempo cerrado, en los años ochenta se hizo una gran inversión para rehabilitar parte del edificio, que se convirtió en albergue juvenil, pero en 1995 terminó cerrándose de nuevo, y esta vez de manera definitiva. Permaneció con vigilancia durante cuatro años más hasta que se terminó abandonando por completo.
Estando en total abandono, se cuenta que en la primera planta se pudo contemplar en varias ocasiones una neblina que parecía una mujer. Un destacamento militar pasó la noche allí y un militar en su turno de guardia dio el “alto” a una misteriosa sombra que se dirigía hacia él, y al hacer caso omiso realizó dos disparos, alarmando a los demás compañeros. El militar testificó que esa sombra de repente desapareció.
El sótano, como casi todos, es la zona más oscura, fría y escalofriante, largos pasillos con los techos llenos de hollín por haber sido incendiados, con lo poco que queda de la cocina, lavandería y para más inri, los hornos incineradores.